Con una bicicleta, una casa de campaña y la firme intención de reencontrarse consigo mismo, Álvaro Varela, de 41 años, completó la llamada Ruta del Fénix, un recorrido de más de 4,700 kilómetros desde Canadá hasta Monterrey.
Un viaje que, más allá del esfuerzo físico, representó para él una batalla interna contra la depresión.
Todo comenzó en enero de este año, cuando Varela atravesaba uno de los momentos más difíciles de su vida. Una noticia impactante lo llevó a una profunda depresión y, sin un plan definido, decidió escapar.
“Me fui huyendo de mis demonios”, reconoce.

Fue entonces cuando, impulsado por las palabras de su hermano y su amor por el ciclismo (al que ha estado ligado por más de 20 años) decidió emprender la travesía.
Adquirió su bicicleta, llamada “Maple”, y se lanzó a la carretera con lo indispensable: una tienda de campaña, mochilas que sumaban cerca de 50 kilos, un saco de dormir, su cocineta, libros y barras energéticas.
“Cargaba mi casa, mi vida”, relata.

Durante el trayecto enfrentó montañas, desiertos, ríos y tormentas. Una de las pruebas más duras fue pedalear tres mil metros sobre el nivel del mar en Colorado, bajo condiciones extremas.
“El mayor obstáculo fui yo mismo, mi mente”, confiesa.
“Maple” sufrió más de 20 rayos rotos, más de 10 ponchaduras y fallas mecánicas constantes, pero él no se detuvo.

Después de meses de soledad y reflexión, Álvaro llegó a Monterrey el 19 de octubre a las 5 de la tarde. Lo esperaba su familia, y sobre todo su hija, a quien describe como “la persona más importante” de su vida.
“Cuando la vi, se me borró el mundo”, cuenta emocionado.
Hoy, asegura que su travesía cambió su vida por completo.
“En el camino me reencontré conmigo mismo. Este viaje me obligó a vivir en el presente. Si me hubiera preparado, no habría tenido el mismo resultado”, reflexiona.
Con el cuerpo agotado pero el espíritu renovado, Álvaro Varela celebra no solo haber llegado a la meta, sino haber encontrado nuevamente la fuerza dentro de sí mismo.